16.7.06

Nicanor Parra. El antipoeta campesino por Francisco Véjar

Nicanor Parra nace e1 5 de septiembre de 1914, en San Fabián, un pueblo cerca de Chillán, ciudad campesina a 400 kilómetros al sur de Santiago. Su infancia transcurre entre caminatas y excursiones por la provincia de Ñuble. Siempre le interesó el habla de la gente del campo chileno y la forma de vida de los mapuches. Más tarde aprendió el idioma mapudungún. Es el mayor de ocho hermanos: su padre, profesor primario y bohemio empedernido; su madre, una modista de trastienda. Creció con sus hermanos Hilda, Violeta, Eduardo, Roberto, Elba, Lautaro y René, casi todos ligados al arte como cantantes, juglares, artistas de circo.

Terminó sus humanidades en el Internado Nacional Barros Arana, colegio donde años más tarde fue inspector y profesor.

Fue estudiante de matemáticas y física, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. El año ’49 viaja a Inglaterra a estudiar mecánica racional en Oxford. Ese año habían aparecido sus primeros antipoemas publicados en la antología compilada por Hugo Zambelli: 13 poetas chilenos (Valparaíso, 1948). Y también, en París, Jacques Prévert publicaba sus Paroles.

Recordemos que doce años antes, Nicanor había dado a conocer el libro Cancionero sin nombre, obra influida por Federico García Lorca. Según Parra: “Con Oscar Castro representábamos un tipo de poetas espontáneos, naturales, al alcance del grueso público. Un día volví a releer el Romancero Gitano. Y puse los ojos en el poema ‘La casada infiel’. Me di una palmada en la frente. ¿Qué es esto? Un hombre verdadero no cuenta esas cosas…”.

En Inglaterra concluye sus Poemas y antipoemas, entre 1949 y 1951. “Un día leí a John Donne que escribió: ‘Muerte no te enorgullezcas’, y me di cuenta de todo el potencial de la poesía inglesa con respecto a la de Hispanoamérica –recuerda–. Y asimismo, caminando por Oxford, vi en una librería el libro de Henri Pichette Apoémes. Ahí mismo me empezó a dar vuelta esa palabra”.

Lo cierto es que Poemas y antipoemas aparece en 1954, con una introducción de Pablo Neruda, hecha a petición del editor Carlos Nascimento. Hay que tener en cuenta que Neruda era el poeta más importante de Hispanoamérica, pero Parra logró salir de su órbita y darle apertura al lenguaje; actualiza las tradiciones clásica y popular; crea nombres para ambas. Gabriela Mistral le responde así: “Estamos ante un poeta cuya fama se extenderá internacionalmente”. Y Neruda, aquel invierno, anduvo con un ejemplar de Poemas y antipoemas en uno de los bolsillos de su abrigo.

Neruda ante el espejo Cuatro años más tarde, en 1958, Neruda publica Extravagario y el primero que sale a la palestra es Enrique Lafourcade, para dar cuenta de la influencia de Parra. El crítico Mario Ferrero adujo: “Poemas y antipoemas fue determinante para que varios poetas mayores sintieran la necesidad de renovarse, de ponerse a tono con este nuevo lenguaje crítico y social de Parra, que satirizaba la desintegración de una época y de sus falsos valores culturales”.

La aparición de la antipoesía no sólo se debe al talento de Parra, sino a que cerca de los ’50 se manifiesta un cambio en el mundo y se hace latente la desconfianza hacia las ideologías. El crítico francés Alain Sicard, en su ensayo Nicanor Parra, la ruptura antipoética, apunta: “El gran mérito de la antipoesía es haber entendido, en pleno auge del realismo socialista y sus derivados, que éste no era el verdadero camino para una poesía popular”.

Recordemos que por entonces surgía una generación posterior a la de Parra, con distintos registros y desplazamientos; pero válidos como lo confirma la actualidad. Allí estaban Jorge Teillier, Enrique Lihn, Rolando Cárdenas, poetas ahora fallecidos o unos pocos todavía vivos, quienes han sabido unificar a la poesía chilena, dentro de la diversidad natural de la última centuria.

Numerosos críticos han dicho que la “antipoesía es puramente negativa, expresa la nada, hace irrisión de la esperanza, carece absolutamente de mensaje y también de ética” (Borgeson). Sin embargo, en su escritura muestra un espejo cóncavo que obliga al hombre a verse en toda su ridiculez, convirtiéndose de modo paradójico en una defensa del individuo. Ya entonces Neruda decía: “Lo que no entiendo es cómo puede hacer poesía de la basura”.

En 1958 publica La cueca larga, que le hizo decir a Jorge Teillier las siguientes palabras: “Nicanor Parra se emparienta a un grupo de poetas cultos de nuestra época que tratan de recuperar el antiguo contacto entre el pueblo y el poeta, cuando éste era el intérprete de su espíritu”.

Calcetines huachos

Mi posición es esta: el poeta no cumple su palabra si no cambia el nombre de las cosas. (De Versos de Salón, 1962). Ahora vuelven las palabras del ensayista peruano Julio Ortega, a propósito de Parra: “El poeta es un hombre como todos. Su lenguaje debe ser una forma lúcida de la vida cotidiana, donde la sabiduría mundana y la pasión desmitificadora se opongan a ‘la poesía de gafas oscuras y sombrero alón’ del escritor ‘ratón de biblioteca’. Parra es autor de lo que él ha llamado ‘antipoesía’, un proyecto sistemático de recuperación del habla empírica, una búsqueda a través de la sobriedad irónica, de las palabras antisolemnes. El anticonformismo y su profundidad le daban un carácter subversivo a los poemas, heredado de la tradición de Pablo Neruda y César Vallejo”. Quizás esto se confirma en el poema El obrero textil (balada inglesa), de 1989:

“Cuando era soltero vivía solo y trabajaba en la industria textil y mi único error imperdonable fue cortejar una muchacha rubia la cortejé en invierno como también en verano y mi único error imperdonable, fue protegerla del neblinoso rocío una noche en que estaba profundamente dormido me despertó su llanto desesperado parecía una loca arrodillada ante el lecho nupcial qué hacer para consolarla qué hacer para arrebatársela al neblinoso rocío corroborarla con afecto profundo y la estreché en mis brazos como nunca De nuevo soy soltero vivo con mi hijo los 2 trabajamos para la industria textil y cada vez que lo miro a los ojos me recuerda aquella joven inexplicable recuerdo los inviernos y también los veranos en que yo la abrazaba y la besaba para arrebatársela al neblinoso rocío

Nicanor Parra, además de poeta, antipoeta, físico matemático y profesor de varias cátedras, ha sido traductor de la Poesía rusa contemporánea (1971). Este es un trabajo que preparó en Moscú durante 1964, laborando con las primeras versiones literales al castellano de José Vento. Sus traducciones abarcan desde Alexander Blok hasta Bela Ajmadulina. También tradujo un libro de ciencia, Fundamentos de la Física, de Robert Bruce Lindsay y Henry Nargeman. El libro posee una visión filosófica sustentada en el lenguaje. En 1992 traduce a William Shakespeare, su Rey Lear, texto estrenado por la Escuela de Teatro de la Universidad Católica. Para Nicanor Parra fue inolvidable: “Ahora no me imagino a mí mismo sin El Rey Lear. Es mi última oportunidad de subirme al último carro del tren”.

No debemos olvidar que en 1969 recibió el premio Nacional de Literatura. Tres años después, Enrique Lihn fue el primero en pedir el Nobel para Parra, en la presentación que hizo de los Artefactos. Aunque puso una condición: “Nobel para Parra, pero después de Borges…, es decir, ¿nunca?”.

Por años Nicanor vivió en Santiago. Sus preocupaciones eran científicas (“en las noches no podía dormir bien, las ecuaciones bailaban en mi cabeza”). Pero en su biblioteca descansaban alrededor de 30 cuadernos universitarios repletos de poemas inéditos, donde de pronto aparecía una figura desconcertante: “el Inocencio Conchalí”; “el enano maldito”; “el admirador incondicional”... Y ahora incluso quiere reunir esas frases en un libro que llama Calcetines huachos, por su dispersión, son poemas de distintas épocas.

En su casa por todas partes encontramos vestigios de creatividad: dibujos hechos en madera; poemas escritos a lápiz; una caja de vinos con la leyenda: “las botellas vacías del autor”; un balcón desde donde se divisa la abundante vegetación del predio y parte de Santiago.

Entra así en escena Nicanor Parra, causando admiración con su obra, pero también opiniones adversas que acusan al lenguaje antipoético de agotarse en su retórica, o que va por un callejón sin salida, donde el individuo no encuentra su revelación. Pero el poeta ha dicho en muchas ocasiones: “el sujeto murió hace tiempo”.

Parra con 91 años Ahora último decidió establecerse en el balneario de Las Cruces, en el litoral central. Atrás quedó su vida urbana y las charlas en su casa de Santiago. Entonces se le solía encontrar con un cuaderno de croquis y un lápiz en la mano. Pero mantiene allí sus libros, recuerdos de Violeta, un piano de cola y algunas puertas donde todavía se pueden ver ecuaciones escritas con tiza blanca. En el presente su vida va de San Antonio a Mirasol. Visita tiendas de anticuarios, viaja a su casa de Isla Negra. Allí conoció a Ana María Molinare, la musa inspiradora de El hombre imaginario:

El hombre imaginario vive en una mansión imaginaria rodeada de árboles imaginarios a la orilla de un río imaginario De los muros que son imaginarios penden antiguos cuadros imaginarios irreparables grietas imaginarias que representan hechos imaginarios ocurridos en mundos imaginarios en lugares y tiempos imaginarios Todas las tardes tardes imaginarias sube las escaleras imaginarias y se asoma al balcón imaginario a mirar el paisaje imaginario que consiste en un valle imaginario circundado de cerros imaginarios Sombras imaginarias vienen por el camino imaginario entonando canciones imaginarias a la muerte del sol imaginario Y en las noches de luna imaginaria sueña con la mujer imaginaria que le brindó su amor imaginario vuelve a sentir ese mismo dolor ese mismo placer imaginario y vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario.

Su respuesta a los problemas actuales es dura: “Todo está encaminado al sexo: pederastia, escándalos diversos... Lo que no entiendo es quiénes están detrás de todo esto”. Y sigue: “La farándula se sustenta en la siguiente frase: ‘a bailar, a bailar, que el mundo se va a acabar’. Esto opera en el inconsciente colectivo. Después del colapso ecológico y la amenaza nuclear, quieren farrearse lo que les resta por devastar. No les importan las generaciones venideras. Más tarde vendrá la pornocultura y el basurarte”.

Quizás por esto, sus artefactos toman la forma de cosas que los demás botan a la basura, pero que él vuelve a darles vida. “Pasan a ser deseables”, dice. Un día, caminando por la playa, encontró la base de un quitasol abandonado por los veraneantes. La llevó a su casa y le puso un paraguas desvencijado y más abajo una plataforma metálica, con la siguiente frase: “El Parraguas de Calder”. Lo instaló en el balcón y empezó a flamear con el viento.

Su casa en la costa

El paisaje que lo rodea a diario es apacible y marítimo. Hay casonas de los años ’40 o ’50 que aun guardan su señorío en el sector. El océano Pacífico se observa desde todos los ángulos. Al franquear la verja de su residencia e ingresar al jardín, se aprecia una enorme palmera, las azucenas de marzo y un juego de terraza.

En su casa exhibe sus artefactos junto a fotografías, libros y máquinas de escribir Woonderwood. Sobre una mesa de centro, en el living, se ven obras de William Shakespeare, Diego Portales y Joaquín Edwards Bello. Además de cartas, cuadernos, diarios y revistas nacionales. De una de las paredes pende una fotografía suya del año ’32, en el INBA. Entre los retratados aparecen Jorge Millas y Carlos Pedraza. “Casi todos están muertos”, recuerda Nicanor.

Más allá, sobre el sofá, encuentro un papel con el dibujo de un corazón con patas; se lee: “Muchos los problemas / una la solución: / Economía Mapuche de Subsistencia”.

“Desde muy niño estuve cerca de los mapuches. Vivían sin mercado, tenían su huerto, iban al pueblo de tarde en tarde a comprar los vicios”. Esto tiene relación, para él, con el smog asfixiante de Santiago. No privilegia ningún mensaje específico, más bien apunta al escepticismo: “Hagas lo que hagas / te arrepentirás”.

Ahora a Nicanor se le ve dedicado a sus Obras Completas, que aparecerán en España. La idea fue de un crítico literario de allá, Ignacio Echevarría. Él percibe a Nicanor como “un autor que choca con las primicias de la solemnidad. El interés radica en hacer operativa y resonante a la antipoesía en España”.

La editorial New Directions, de Nueva York, acaba de publicar una antología de su obra. Y el año pasado editó una adaptación de la obra de Shakespeare, que llama: Lear, rey & mendigo. “Tuve que abordar temas como el Renacimiento, la Reforma, las consecuencias del descubrimiento del Nuevo Mundo e incluso retroceder hasta Séneca y pasar por La Divina Comedia. Hice peregrinaciones espaciales y temporales para formarme una idea más completa del mundo en que Shakespeare escribió su Rey Lear”.

Volver a los olvidados

Quién lo diría, pero el antipoeta ha vuelto a escarbar en las antologías de la poesía chilena del siglo XX. Su poeta preferida es María Monvel (1899-1936), seudónimo de Tilda Brito Letelier. La descubrió al leer su poema “Mi hija juega en el jardín”. Al enmendar algunos versos de ese poema, lo usó en otro poema dedicado a su nieta de 6 años, quien adoptó el nombre de “Lina Paya”.

Mi nieta juega en el jardín Mi nieta juega en el jardín y sin embargo yo estoy triste triste de tanta dicha, triste porque la dicha tiene fin. Viene corriendo y se va luego y me da un beso y una flor; su voz musita a su vez un ruego, a su vez un mimo encantador. Es la más linda de las flores. Como ella no hay otra flor. ¿Qué han sido todos mis amores comparados con este amor? No creo en destinos amargos, aunque las cosas tengan fin; pero quisiera largos, largos estos momentos del jardín.

Uno tiene derecho a estar triste de nuevo –agrega Parra, al cabo de un silencio–, aunque la tristeza esté erradicada de la poesía.

Recuerda a otros poetas chilenos: Juan Guzmán Cruchaga, Francisco Contreras o Julio Vicuña Cifuentes. Del último relee el soneto ¡Aun es tiempo que venga!; le gusta el final:

La que evoqué en mis horas de soledad y hastío, ¡aún es tiempo que venga, aún es tiempo que venga! Estos textos son estados anímicos de Nicanor Parra.

Pero Shakespeare continúa siendo su lectura preferida. En una oportunidad hablamos sobre el big bang y el big crunch; le pregunté: “¿cree usted que no dejaremos huella?”. Y respondió: “es algo que no me deja tranquilo. Cuando pongo la cabeza cerca de la ventana y miro hacia el mar, vuelvo a escuchar los diálogos de Hamlet. Están ahí, no ha pasado el tiempo. Hamlet es la culminación de todo”.