28.12.06

Ricardo Pochtar - poesía desde Argentina


Rapsodia
Todas las noches serán
la misma noche
y el tiempo un vasto
tapiz donde los mismos
hilos urdirán
cada vez
seres distintos
toda gota del río
un río distinto
y cada pez en el agua
un mismo pez
fingiéndose distinto
en cada anzuelo
la misma llama volviendo
a encenderse en cada
vela la misma muerte
intentando nacer
en cada vida

Ricardo Pochtar (Buenos Aires, 1942), en España desde 1976. Estudió filosofía en Argentina y Francia. Traductor del francés, inglés e italiano, ha traducido Zibaldone de Leopardi y El nombre de la rosa de Umberto Eco. Ha publicado Lugar diseminado (Buenos Aires, 1993) y Clinamen (Gijón: Ediciones Trea, 2006), de donde son estos poemas. Hay otros textos suyos en Rosa cúbica y Literastur. Reside en Gijón, Asturias. Para leer más poemas de Ricardo Pochtar ver LA CITA TRUNCA del escritor Jorge Etcheverry :

22.12.06

Gerardo Lino - poesía desde Puebla, México










Ñ

[para Leo Lobos y sus amigos]
Y peor si la fea presume integridad. Si no fuera que los niños miran el codo, cinturas elevadas, sombras largas, pedazos de mayores, incestos aislados, el boquete de la barda, ramas, rincones, por su rompecabezas andan sin fijarse, quitados de la pena, y lo armaran con esas minucias, renunciarían al Juego, dejarían a sus dueños al ver entera la ciudad con todas sus piezas deformes. (Consta en raros mapas) Si no fuera que una mujer cuida su paso diseñando la huella consiguiente, esparciendo su modo de sentarse, de silbar, discierne las horas, distribuye labores, matices, y centrara en su centro demiúrgicas fuerzas, cerraría con llave, tapiaría dos ventanas para largarse de una vez al sentir su abúlica ciudad que no le corresponde. (La ignoran los resúmenes anuales) Si no fuera que un hombre se levanta con mañanas que le miden minutos, aprisa, aprisa, sin cuello que perder, coleccionando asuetos demasiado tarde, y vendiera su diablo a las comidas, estallaría gozoso con valijas y triques, cajas amarradas, el boleto de ida al recordar la menudencia de ciudad que lo atosiga. (Mas Ñuñoa ostenta su apodo entrañable) Si no fuera el mejor clima del mundo, arraigo secular, dignos detalles, el terruño… Se cree linda la ciudad pues el oriundo es madre.
Gerardo Lino vive en Puebla - México y nos ha enviado especialmente este poema donde nos habla de Ñunoa. La imagen que le acompaña es de Alejandro González les sugiero ver más de ellas en: http://www.monogonzalez.blogspot.com/

15.12.06

Leopoldo María Panero (Madrid, España 1948)

Leopoldo María Panero.
Cópula con el cadáver de la poesía
Texto, bibliografía e investigación
por Francisco Javier Casado
Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) está muerto (“Compro el periódico y leo sin asombro/ que ayer he muerto”; “decidí morir hace mucho, en el setenta y siete”). Leopoldo María Panero, poeta terminal (como lo fueran Rimbaud, Lautrèamont, Blake, Bataille, Artaud, Baudelaire…), hijo y hermano de literatos, narrador de cuentos imposibles, ensayista desequilibrante, actor en películas sobre sí mismo, esquizofrénico, suicida, vagabundo, alcohólico..., ha hecho lo que sólo unos pocos elegidos, particularmente temerarios, pueden llevar a cabo: mezclar vida y literatura, y vivir para contarlo. Pero Panero fue tocado por el único dios que arranca todas las máscaras: la muerte. Panero está muerto y en su alma –que no existe– anida ahora la sabiduría de los muertos (“El mundo duerme, mientras que los pocos que hemos despertado preparamos la gran obra de su destrucción”).
No nos engañemos, conjeturar sobre Panero por indicios físicos, reales, es en vano. De nada sirve subrayar que sus poemas han sido –y serán– incluidos en las más importantes antologías de poesía castellana, que a sus cincuenta y tantos años cuenta con una biografía publicada de más de 400 páginas, que las nuevas –y no tan nuevas– generaciones de paneristas secretos lo reivindican como si les fuera la vida en ello, que los premios y homenajes seguramente le lloverán cuando su cuerpo ya no “estorbe”. Poco sacaremos en claro insistiendo sobre temas tan trillados como su itinerario de manicomios, sus amantes, sus arrestos, su daño, su madre, su holocausto particular que es la psiquiatría. De su torpe biografía sólo quedará un hombre que eligió la muerte en vida para despertar del sueño de los inocentes. En una sociedad embustera hasta la médula, únicamente el eco desquiciado de su poesía tendrá derecho a juzgarlo (“hace falta morir, hace falta morir para amarte más y más, mujer sin nombre”).
Los callejones de la poesía –la verdadera, la que quema y es témpano de nada– son de las pocas vías puras que quedan para escapar de esta urbe alienante en que sobrevivimos. La obra de Panero posee una profundidad lírica inaudita, lacerante, explosiva. Nos salva al tiempo que nos condena. Su trascendencia es indiscutible, pero tiene un achaque imperdonable para los Señores de la polis: el tabú perpetuo. La sociedad margina todo aquello que le incomoda ignorándolo directamente, o maquillándolo a su gusto con bonitas etiquetas comerciales como la de “escritor maldito”. En el momento en que el poeta se convierte en espejo inaguantable de las miserias humanas, que se revela contra el sistema de mentiras establecido, que subvierte normas de decoro y buen gusto; en el instante en que el artista comete “ese crimen moral al que sólo se llega por escrito” (como dice el propio Panero parafraseando a Sade), sabe que está “muerto”, que nunca llegará al gran público. Su sino son la soledad y el más completo fracaso (o la victoria aterida, silenciosa, entre malvas y gusanos).
Leopoldo María Panero, ángel fracasado, niño muerto de la literatura, trovador zombi, hace tiempo que rasgó el velo del fin del mundo, fondeó los abismos de Nevermore, nadó más allá de lo que ningún hombre vivo pueda concebir, y volvió para narrarnos, en una hemorragia de cantos, su viaje (que tarde o temprano también será el nuestro).
Sus últimos poemas son epitafios. En sus libros más recientes (Águila contra el hombre, Los señores del alma, Buena nueva del desastre) mantiene un órdago constante contra la poesía misma, la página en blanco, su yo poético. Al día de hoy guarda su pequeña venganza en haikus pervertidos, redondillas asmáticas, coplas leprosas... Todo enmarañado a la perfección para que, en cualquier momento, un animal luminoso salte de entre la maleza y nos deje las entrañas en vilo. Pero esto no fue siempre así. Aunque ahora Panero se dedique a bailar sobre su tumba con el cadáver de la poesía, hubo un tiempo en que la página aún no estaba en esa insoportable albura existencial. Hubo un tiempo en que un poeta atravesaba los bosques de la locura buscando su propia vida, la cual se hallaba crucificada en la más atronadora violencia. Hubo un tiempo de monumentales himnos derruidos, enzarzados monólogos trágicos ante espejos turbios, llanuras de metáforas arrasadas por el fuego de la ficción. Pero volemos hasta el origen...
El primer libro de Panero (sin contar con la plaquette malagueña Por el camino de Swann, 1968), Así se fundó Carnaby Street (Barcelona, 1970), quedará como uno de los intentos más auténticos de practicar en España las teorías vanguardistas europeas, no sólo de su generación, sino de todo el siglo XX. Usando la poesía en prosa a lo Bertrand y Mallarmé, bajo la herencia de dadá y el surrealismo más bretoniano, e incorporando voces inéditas en el mundo poético provenientes de la publicidad, el cómic, el rock, etcétera, Panero configura un discurso extravagante, aterrador, bello y novedoso. “Terribles cuentos negros de hadas” (Gimferrer) componen, no sólo un libro con flashes escalofriantes de una infancia hecha jirones, sino una síntesis (casi) única de lo que pudieron ser los ismos más salvajes en la poesía española, pero nunca fueron (bien por culpa del enorme peso de la tradición “castellana” en la literatura del Poder, bien por la asfixia del franquismo en general).
Si en Así se fundó… la fórmula es: maltratan a un niño, y el niño se esconde en un mundo sobrerreal y absurdo ubicado en su imaginación; en los dos siguientes poemarios, Teoría (Barcelona, 1973) y Narciso en el acorde último de las flautas (Madrid, 1979), la fórmula será: maltratan a un hombre –el Hombre– y éste desata el Apocalipsis.
En Teoría, Panero traspasa el arco coherente del verbo hasta perder –o encontrar– su nombre en un “Agujero llamado nevermore/ donde la angustia suavemente presa/ donde la sangre blancamente cesa”. El extenso poema “El canto del llanero solitario” (título que define a la perfección la aridez de su oficio) es, quizá, el chillido más inhumano de toda su obra. Balbuceos infantiles, fórmulas mágicas, versos en otras lenguas (vivas, muertas, inventadas), hermetismos matemáticos, invocaciones al mal en mayúsculas, antigravedades métricas, arritmias, nombres, fechas, paréntesis, citas... Todo un maremoto de palabras, silencios y espuma (“Verf barrabum qué espuma/ Los bosques acaso no están muertos?/ El libro de oro de la celeste espuma los barrancos/ en que vuela una paloma”).
Es Narciso uno de los libros de amor más arrebatadores y extraños jamás escritos. Para Panero el amor, como la poesía, son inútiles por definición. Si sirvieran de algo, para ser correspondidos o para lograr fama e inmortalidad, por ejemplo, se convertirían en entes parasitarios y contaminados, es decir, ya no serían en esencia (que es la única manera de ser). Sólo la muerte, única amante perfecta, nos desvelará el secreto de la nada. Y la muerte es poesía, y la poesía es amor. Eros y tánatos: dos cabezas del mismo dragón abocadas a incendiarse mutuamente para conocer la verdad. “Y la verdad, desnuda y en cueros, como una película de verdad, da miedo”. “Y sin la palabra la vida da miedo”. Y “oh, todo es verdad, salvo mi alma: salvo el alma que no tengo, y que se arrodilla ante el altar de la nada”. Y “que por lo menos, en este mundo de mentiras, mi sangre al menos sea cierta!”.
Sobre estas terribles paradojas y contrasentidos, con que la tragedia del hombre deviene insoportable si no es calmada literariamente, crece el ciprés de Narciso (“Este árbol es para los muertos. Para nadie más que los muertos [...] Y que este encuentro firme ese poema,/ este feto de ángel, esta excusa/ para no terminar hoy con mi vida”).
Y en la tierra de las últimas cosas, en las tinieblas de ultratumba (en cuyo pórtico ya nos advierte John Donne: “Nadie va dormido cuando camina hacia el patíbulo”), nos encontraremos todos los elementos que manchan la obra de uno de los poetas más singulares y mágicos que haya parido Lucifer: muerte, destrucción, asesinato, pérdida de identidad, demencia, humillación, obscenidad, escatología, coprofagía, necrofilia, incesto, pornografía, sadomasoquismo... Fealdades que hacen temblar los viejos subsuelos sobre los que el mundo construye su antifaz cotidiano; oscuridades dionisíacas que, provistas del cuerpo desnudo de un Apolo atrozmente bello y poético, surgen de los mares de la locura para mostrar al hombre lo que realmente es: nada. A Narciso le seguirán libros de gran crueldad y embrujo. La senda que conduce al paredón de la página virgen es peligrosa, máxime si encaras tu arte como una tauromaquia en que cada verso es lidia a vida o muerte. Caben destacar, entre ellos, Last River Together (Madrid, 1980), con ese desgarrador himno al alcohol que es “La canción del croupier del Mississippi” (“Escribir en España no es llorar, es beber,/ es beber la rabia del que no se resigna/ a morir en las esquinas [...] caerse húmedo babeante y tonto y/ derrumbarse como un árbol ante los farolillos/ de esta verbena cultural”). Con El último hombre (Madrid, 1983) se completa la trilogía de títulos referentes al límite, al crepúsculo del cisne (el último acorde, el último río y, por fin, el último hombre), que figuran a Panero como un visionario Juan en Patmos, escribiendo el último libro de la Biblia: el Apocalipsis. Y citaremos, también, Orfebre (Madrid, 1994), ya que marca una suerte de epifanía metapoética (“Yo he sabido ver el misterio del verso”), de encallamiento en la oquedad del espejo, en la hoja donde el poema niega la mano del poeta (“mientras tu boca agoniza/ y se ve cómo muere el poema”). Su poesía, entonces, despojada ya de cualquier aderezo magnífico y tramposo, se reduce a la mínima expresión en busca de lo inefable, dando tumbos contra sí misma.
De cualquier manera, para quien firma estas líneas, cada nuevo verso que sale de la isla de Nunca en que está recluido Leopoldo María Panero es una bendición del Diablo. Para ti, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, no sé qué significará ni me importa. Pero si vas a adentrarte en los infiernos del aedo no-vivo, atiende a un consejo: lleva una moneda de plata y ve dispuesto a regresar con la baba de los alucinados colgando (o a no regresar jamás, ¡qué demonios!)
Temblad, bellas durmientes, los muertos arrecian los bajíos del abismo. La Balsa de la Medusa embarrancada está en la sien del último poeta.
Texto completo y algunos poemas en:

13.12.06

Angélica García Santa Olaya - poesía desde México


¿PARA QUÉ?
¿Para qué mancillar el silencio
con palabras de humo?
Ceniza que ensordece
el rumor de las aguas
que sin presunciones
anuncian el final
bajo las cloacas.
Prefiero el perfume del drenaje
a la verborrea.
Angélica García Santa Olaya nació el 6 de septiembre de 1962 en la ciudad de México, Distrito Federal. Es licenciada en Periodismo y Comunicación Colectiva con Mención Honorífica en la UNAM. Ha escrito guiones para radio y redactado y corregido estilo en prensa, radio y televisión. Fue integrante de un grupo de teatro que difundió la pastorela como parte de la tradición mexicana. Estudió dos años de pintura en el Museo del Carmen de la ciudad de México donde participó de una exposición colectiva en septiembre de 2001. Ha sido premiada en concursos de cuentos. Participó del taller Teoría y Práctica del cuento de Alberto Chimal y del IV Festival Internacional de Cuento Breve “Los mil y un insomnios” en mayo del 2004 celebrado en Toluca, Edo. de México; así como también del XII Congreso Brasileño de Poesía en octubre de 2004 en la ciudad de Bento Gonçalves. En abril de 2005 participó del II Encuentro Internacional de Artes y Letras en Montevideo, Uruguay. En agosto de 2005 participó del Cuarto Chiapas de Poesía “Jamás callará la palabra” en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. En octubre de 2005 participó del XIII Congreso Brasileño de Poesía en Río Grande do Sul. En noviembre de 2005 fue invitada al XIII Encuentro Mujeres Poetas en el País de las Nubes celebrado en Oaxaca. Cursó el Diplomado en Creación Literaria, XXXV generación, en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) en el Distrito Federal. Presentó el Recital Poético “Habitar el Tiempo” en el Colegio de Bachilleres, Plantel 10, Aeropuerto, México, D. F. dentro del programa “Conversaciones con la inteligencia” el 6 de diciembre de 2005. Parte de su obra poética y narrativa ha sido antologada y publicada en Brasil, Uruguay y México. Publicó el poemario Habitar el tiempo en la Colección Autores del 2000 de la Editorial Tintanueva y fue seleccionada para participar de la antología de cuentos mexicanos Antes que las letras se conviertan en arañas promovida por el grupo literario “Fatal Espejo”. Su plaquette El Sollozo se encuentra en proceso de impresión. Correo de contacto: santaolaya62@yahoo.com.mx.

Retrato de un alma mexicana

“HABITAR EL TIEMPO”: RETRATO DE UN ALMA MEXICANA
Conocí a Angélica García Santa Olaya en la ciudad de Bento Goncalves, estado de Río Grande del Sur, en Brasil, durante un Congreso de Poesía donde se presentaban poetas y artistas de varias partes de América Latina.
Su gesto tierno, dulce, siempre con una sonrisa acogedora, me cautivó inmediatamente. Estaba allí una mujer en paz consigo misma y con el mundo, pensé.
Su poesía, por lo tanto, de sopetón, me pegó un susto... Distante de aquella figura aparentemente serena, su poesía no se amolda a adjetivos de tranquilidad. Hay en ella, una inquietud filosófica y política, inteligentemente perspicaz, sagaz, lúcida, que cuestiona todo el tiempo buscando respuestas para el mundo que la rodea. Hay en ella un torbellino de emociones, mezcla de sangre y flor, humor y dolor, romanticismo y suelo social.
Así, descubrí, a través de su poesía, que detrás de aquella criatura inefable habitaba otra mujer que no se dejaba fotografiar tan impunemente, pero que tenía que ser descubierta solamente a través de su poesía.
Había que intentar penetrar en su intimidad, quitar los velos de su sonrisa, desnudarla a través de su arte, tocarla en sus más recónditos escondrijos para abrazar en plenitud su alma de mujer fuerte y luchadora; marca común de las mujeres mexicanas. Angélica es, por encima de todo, alma de poesía mexicana.
Con mucho orgullo me hice su amigo a pesar de la distancia geográfica que el internet intenta disminuir un poco. Con mucha honra y extremadamente adulado de que ella haya elegido mi nombre, intento superar el escalofrío que su libro me despertó.
“Habitar el tiempo”, muestra una poeta en su perplejidad humanística. Angélica sabe que la poesía es una comunión con el otro, entiende que la poesía es eso: una religión -un religar- con el sentimiento de otro. Sólo así la poesía se concretiza, se hace posible en cuanto arte.
Sorprende la emoción lírica y estética de sus versos que no ostentan falsas erudiciones ni ciertas “invenciones” tan comunes en aquellos que vanidosamente piensan ser más de lo que son. Sus poemas fluyen naturalmente limpios y simples, procurando un nexo entre pasado y presente, buscando “habitar el tiempo” en lo que éste tiene de trascendente y eterno a través de pasajes reales y continuos figurativamente inscritos en dicotomías: vida-muerte, infancia-madurez, amor-pérdida, nostalgia-presencia, sangre-placer.
“Habitar el tiempo” se localiza en medio de estas paradojas de manera sorprendente, a través de una poesía contundente que a veces nos roza la piel como el agua de un río y otras nos corta como la hoja de un cuchillo. Otras tantas nos arroja sin piedad contra las rocas de su verdad. Sin embargo, la poeta intenta siempre -lo mismo en los versos más amargos y contundentes- construir un puente hacia la esperanza, porque cree aún en el ser humano.
Con emoción equilibrada por el ritmo, técnica y forma envolventes, utilizando los recursos estilísticos y de lenguaje de manera creativa, principalmente en el uso del espacio del poema en la página del libro, donde la palabra reposa libre de amarras, pronta para alzar el vuelo –recurso muy bien absorbido por los poetas visuales- como cuando las palabras vienen en convulsión. Como río caudaloso presto a inundar las márgenes, Angélica nos propone un trabajo rico en musicalidad, timbres diversos y bellas metáforas.
“Habitar el tiempo” es, en fin, un bello libro de poemas donde Angélica retrata una dulce y aguerrida alma mexicana. Su poesía atraviesa mares y océanos para desembocar y anclar aquí, en este corazón brasileño pero apuntando su flecha certera para el mundo.
Tanussi Cardoso Poeta y periodista Vice-Presidente del Sindicato de Escritores del Estado de Río de Janeiro Brasil Río de Janeiro, 21 de noviembre de 2004

Fernando Aguiar (Lisboa, Portugal 1956)

LA ESPIRAL DEL TIEMPO
La espiral del tiempo
no tiene fin.
Vaga por el universo
generando polvo
después del polvo.
No se sabe
de donde viene
ni para
donde va.
Se detiene en el vacio
del silencio
que también
rueda en espiral
como ruedan
las espirales
de todos
los tiempos.
FERNANDO AGUIAR (Lisboa, Portugal, 1956) Considerado como el máximo representante de la performance y la poesía visual portuguesa. En 1972 comienza su trabajo de acción y poesía experimental. Ha realizado acciones, exposiciones, mail-art y participado en festivales y bienales en más de 40 países de todo el mundo. Este poema de Fernando Aguiar ha sido traducido por Leo Lobos, quién además agradece el envío y colaboración del artista portugués, para su divulgación en hispanoamerica. Contacto: mailto:fefernandoaguiar@netcabo.pt

5.12.06

Claudia Masin - poesía desde Argentina

El camino de los sueños (inédito)
(Versión del film "Mulholland Drive" de David Lynch)
Creí que la memoria era eso: una cascada cayendo desde un despeñadero, una corriente que arrastraría consigo al océano. No la insistencia del agua sobre la materia, el goteo, el trabajo de años para dejar una muesca insignificante sobre la piedra inerme. Hubiera deseado conocerte antes: dos chicas tendidas al sol de una terraza, en la siesta de provincia, quietas y alertas a la vez, como la vegetación del desierto, que parece dormir o estar quieta, y en cambio, cada verano deja surgir de entre las hojas algún color sorprendente en la monocromía de la arena. A veces te miro distraerte de mí, inclinada hacia el interior de tus propios recuerdos, atenta como un animal asomando la cabeza dentro de un pozo abierto en la tierra. Siempre intento descubrir en tus ojos el contorno del objeto prodigioso que estás viendo, y no alcanzo a distinguir de él más que su efecto, un cambio de intensidad en tu expresión, el temblor, la reverberación del agua tras la caída de una piedra muy pequeña. Estamos lejos. Hasta mí llega la imagen ya disuelta, ya velada, en la historia que cada noche vas contándome, hilo tras hilo del tejido recompuesto, que no puede compararse siquiera a la espléndida trama original, de la que estoy, aunque no quiera, ausente.
Una película de amor (inédito)
(versión del film homónimo del "Decálogo" de Krysztof Kieslowski)
Yo comprendo la pasión de los astrónomos, las noches en vela, la atención dispuesta a captar, de entre todo lo que existe, cierta fosforescencia en el cielo. Podría decir, como ellos, que las cosas que me importan no suceden en el mundo. La mirada vive, en lo que ve, una segunda vida, más real que la primera, más intensa. Yo pensaba que mirándote siempre, en todos los momentos, los instantes preciosos que guardabas dentro de tu cuerpo se transferirían a mi propia constelación de recuerdos, y lo deseaba con tanta fuerza que creí ver con tus ojos –sin haberme movido jamás de esta ciudad o de este cuarto- los detalles de tu casa natal, las tormentas de nieve en un pueblito del sur, la tierra completamente roja en el otoño, invadida por las hojas de los arces, dos pies pequeños y descalzos, cubiertos por el barro, el rostro de tu madre. Quizás la intimidad entre dos seres dura lo que dura ese momento en que sabemos de los cuerpos y las cosas que otro amó, en otro tiempo. O acaso nadie alcance a rozar, ni en su deseo, las imágenes ajenas, y estés sola, y yo esté solo, y sea el nuestro, -como el recorrido de las familias de esquimales hacia el sol, sobre la nieve- un viaje del cual no queda huella.

NOTAS
Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Tiene 34 años. Es escritora y psicoanalista. Vive en Buenos Aires desde 1990. Tiene tres libros de poemas editados: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires); Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura , 2001, Nusud, Buenos Aires); la vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid). Ha obtenido una Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2004 por su libro inédito Abrigo. Poemas suyos han sido incluidos en diversas antologías, entre ellas Poesía latinoamericana del Siglo XXI: el turno y la transición (Compilador: Julio Ortega, Ed. Siglo XXI, México,1997), Agua de beber (Antología de poetas argentinas, Compiladora: Mónica D’Uva, Nusud, Bs. As., 2001). Es creadora y coordinadora, junto a un grupo de artistas de diversas disciplinas, de ciclos multimedia relacionados con la poesía (El pez que habla, 2000- El gallo y la luna, 2005) y de ciclos de recitales de poesía (La mirada,1998; Poligrafías, 2001; La Musik, 2004). Trabaja junto a un equipo de artistas visuales y músicos en la creación de texturas sonoras y visuales a partir de textos poéticos. Coordina un taller de escritura poética desde 1997 y un taller de escritura psicoanalítica desde 2003. A fines de este año se editará una antología de sus textos llamada El secreto (antología 1996-2006) en la Editorial De la Paz de Resistencia, Chaco, Argentina.

Inauguramos PALABRAS con poemas inéditos de Claudia Masin y un ensayo del poeta chileno Francisco Véjar, sobre el mítico poeta también chileno, Nicanor Parra. Desde ya agradecemos su divulgación y muestras varias de interés y simpatía.